domingo, 19 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD



CANCIÓN TRISTE DE NAVIDAD

Concha era  una mujer regordeta y bajita, esa típica persona  que forma parte del paisaje urbano pero en la que  nadie se fija  si no es para cobrarle el pan en la panadería o para tratar de venderle en vano la farola en la calle.
Concha vivía  desde hacía mucho tiempo sola en una casa donde la vecindad había ido cambiando una y otra vez y era gente de paso, por lo cual apenas  nadie la conocía.
La  única ventana que daba al patio de su casa era la  de la cocina. Allí se aposentaba un triste geranio con las hojas oscurecidas por el polvo y por el tiempo. La hoja de la ventana estaba casi siempre entreabierta pero nunca se escuchaban ruidos del interior.
Como decía, Concha era una de esas miles de personas cuya presencia pasaba desapercibida para el resto de los mortales. Nadie se había preguntado nunca quién era, de qué vivía y cómo vivía.
 Concha  se daba cuenta de eso pero no le importaba; se acercaban las navidades y sabía que entonces tendría, como todos los años, la respuesta a su anónima existencia.
Aquel 23 de diciembre Concha se levantó a la misma hora de siempre, se llenó un cuenco grande de café con leche, azúcar y sopas de pan; se atusó su pelo dócil y medio rizado con un peine grande y se puso una ropa anodina, de esas que aunque la cambiase siempre parecería  la misma. Luego salió a la calle.
Después de dar un pequeño paseo cogió el metro. Se metió en el vagón y quedó semioculta entre los pasajeros de la mañana, a unos se les veía ya activos,  a otros aún perezosos, varios con  mal humor o bastantes mustios, algunos, los menos, parecían dinámicos.  Se miraban entre ellos o iban leyendo o dormitando pero ninguno se fijó en Concha.
Al cabo de muchos minutos  llegó al final de su viaje. Salió y se echó a andar. Quince minutos más tarde llegó a su destino: una casa modernista de  imponente fachada. Desde la acera, Concha buscó con la mirada al portero de la finca, a esa hora él solía subir a su casa durante unos minutos, pero ese día no, ese día estaba encerrado en su garita  leyendo algo.
 Concha esperó unos segundos hasta que se cercioró de que estaba bien distraído y sigilosamente entró al magnífico portal; rápido se dirigió a las escaleras de servicio y no se paró a llamar al ascensor. Subió hasta el segundo piso mientras buscaba un llavero en su pequeño bolso.
Sacó una llave y la metió en la cerradura de la casa. Entró  sin hacer ningún ruido y  fue derecha a la puerta del fondo de un largo pasillo. Concha conocía bien la casa. No en vano llevaba más de un año visitándola a diario.
La habitación era muy amplia aunque en la oscuridad apenas se vislumbraba nada. Concha se acercó a los ventanales y abrió los cortinones dejando entrar la pálida luz de esa mañana gris de diciembre.
Entonces se vio una cama donde empezaba  a moverse una voluminosa figura. Entre sábanas, mantas y edredones  un  hombre mayor  trataba torpemente de incorporarse sin lograrlo. Emitió un quejido y se quedó quieto.
-Buenos días, don Lesmes, ya estoy aquí.
El hombre, asustado, abrió los ojos y también la boca para decir algo pero no tuvo fuerzas.
Una hora más tarde el grueso anciano estaba pulcramente vestido y en su silla de ruedas sentado a la mesa del  lujoso comedor con una taza de café con leche, azúcar y sopas de pan.
De sus ojos caían lágrimas y de la comisura de su boca un hilillo de baba que Concha le limpiaba cuidadosamente. Don Lesmes miró enfrente, el lugar donde Rosario, su esposa debería de estar sentada, e hizo un ligero movimiento de barbilla como preguntando por ella.
Concha le respondió:
-Doña Rosario se nos fue, don Lesmes pero me pidió que cuidara de usted cada día y es lo que hago por orden suya y también porque le tengo mucho aprecio. Vamos, que le doy el desayuno, no se le vaya a enfriar.
En vano apretaba el anciano la boca. Siempre le había parecido aquel basto desayuno comida de criados pero su insaciable estómago  le pedía algo aunque no fuera exquisito. Y ese pan blando en leche caliente y dulce le hizo rendirse.
Después, Concha le llevó al mirador principal y lo puso detrás de los cristales desde donde se veía una grandiosa plaza con toda la vorágine de un día de labor en una gran ciudad. Cruces de calles, semáforos, rótulos, coche, autobuses, viandantes por doquier. En el centro, junto a la estatua del prócer de turno, un gigantesco árbol adornado con mil bombillas  indicaba que la navidad estaba encima.
Un suave solecito parecía que quería entrar a través de la cristalera a entibiar los fríos huesos de don Lesmes. Éste se quedó mirando las bombillitas. Entonces recordó. Recordó que el año anterior más o menos por esas fechas, Rosario, también enferma, había contratado a esa persona para que les cuidara a ambos. Muy poco tiempo después Concha le comunicó el fallecimiento de su esposa.
Desde entonces don Lesmes se había quedado solo, imposibilitado y a merced de esa mujer vulgar que le atiborraba de comida.
Pensando esto se quedó dormido.
Concha estuvo durante horas  trajinando en la cocina. Era noche cerrada cuando salió del piso cargada de pesadas bolsas.
 Aunque era mucho el peso que llevaba, en vez de coger un taxi recorrió andando la larga distancia desde la casa hasta la boca del metro. Tuvo que pararse varias veces a depositar las bolsas en el suelo y descansar.  Esta vez había poca gente en el vagón y ella pudo sentarse  poniendo cuidadosamente a su lado sus bultos.
El albergue de beneficencia de aquel barrio periférico era una bajera muy amplia y digna. Los que lo atendían eran voluntarios a las órdenes del párroco de la iglesia, un cura muy comprometido que involucraba a todo el que se dejaba y, ciertamente, la gente del barrio respondía bien, sobre todo en navidades.
 Este año, Lucía, una maestra jovencita de la escuela pública había animado a sus alumnos a hacer guirnaldas, papa noeles, estrellas y ángeles para decorar el centro. Genaro, el transportista se encargaba de llevar un abeto natural todos los años y nunca le preguntaban por su origen.   Mercedes la peluquera y su hermana  llevaban de su casa el belén  con la excusa de que era demasiado grande para un domicilio, pero todos sabían que el padre era un ateo convencido.
Así entre unos y otros convertían el lugar en un sitio agradable y cálido para los cada vez más numerosos indigentes que se acercaban en Nochebuena a  dar buena cuenta de la esperada cena que desde hacía años llevaba otra de las voluntarias: Concha.
Nadie sabía  donde vivía aquella mujer, no era de la zona,  pero hacía años que no faltaba a la cita llevando unas viandas riquísimas cocinadas por ella misma y hasta se quedaba en el albergue a servir y a cenar.
Este año Concha  había  llevado  más  bandejas de comida que el anterior y estaba, aún si cabe, más rica. Sus guisos tenían un sabor especial, la carne era un poco dulzona pero muy sabrosa y no tenía un solo hueso. Unos decían que era carne de pavo, otros de avestruz, o de potro, o de cordero, o de faisán. La acompañaba de verduritas y frutos secos: uvas pasas, orejones, ciruelas y piñones.
 Cuando le preguntaban  qué tipo de carne cocinaba, ella sonreía bobalicona y no contestaba. Pero todos alababan sus condimentos y sus dotes culinarias. Concha  recibía los halagos con agradecimiento. Una vez al año sentía que era la Cenicienta que había ido al baile y todos habían reconocido sus encantos. ¡Tenía su recompensa!
-Adiós don Lesmes- susurró mirando el trozo de carne que había en su tenedor- has superado a la estirada de tu mujer. Me va a ser difícil encontrar un sustituto mejor para la próxima Nochebuena.



                                                        FIN


domingo, 14 de noviembre de 2010

lágrimas

J. tiene el día nostálgico y le da por los recuerdos. J. recuerda que, siendo ella muy, muy pequeña su madre estaba tremendamente enfadada y tiró una hermosa fuente llena de moras a la fregadera rompiéndola y haciendo llorar a la guapa joven que se la había traido. La muchacha mientras lloraba buscaba las moras más grandes y se las daba a comer a la pequeña J.
 J. nunca supo la causa del enfado de su madre ni la identidad de aquella joven, cuya única referencia es que era " de pueblo". Eso le trae a la memoria a J. a otra joven, también bella y también de pueblo, en cuya casa pasaba J. niña ya más mayor, unos días; la chica se había quemado una mano cocinando a mediodía y esperó a que llegara su novio del campo, por la tarde, para echarse a llorar por la quemadura pasada. Los ojos humedecidos de la mujer eran de tal belleza que le  recordaban a J. a esas Vírgenes andaluzas ante las cuales los devotos se emocionan hasta el delirio.
De Vírgenes a Virgen, la de su colegio, J. estudió en un colegio de monjas y recuerda sus propias lágrimas, las que no pudo verse pero si sentirlas por toda su cara, lágrimas de impotencia cuando vio, al volver del recreo, que la monja de clase le había roto en mil pedazos la fotografía de su actor favorito, el francés mas guapo de toda Francia, que ella tenía pegada en la carpeta. J. ya era adolescente y tenía el doble de tamaño que la monjita pero calló y se comió la rabia con las lágrimas y los mocos.
J. piensa en los diversos  motivos que hay para llorar y mira por la ventana. En la calle está lloviendo. Lo dicho, un día nostálgico.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Por si acaso

J. se va de viaje y lleva toda le semana mirando en Internet el tiempo que va a hacer. Ella vive en una ciudad norteña donde, aunque el otoño sea suave en la horas diurnas, las noches y las madrugadas pueden ser heladoras, el cielo está permanentemente gris y el viento casi siempre es del Norte. Bien pues J. se va al sur a pasar unos días y se dispone a hacer la maleta. Siempre empieza por el pijama, uno gordito ¡claro porque en este tiempo refresca! y otro más fresquito para por si acaso. Luego la ropa interior, veamos: 6 días 6 bragas mas 3 por si acaso. Camisetas interiores: ya en esta época unas 4 o 5, mejor 5. Pantalones, 2 vaqueros, 2 de vestir, uno para deporte, otro para la playa, otros 2 mas finos... Camisetas: 3 de manga corta y 4 o 5 de larga. Cuatro chaquetas  y otros 4 jerseys  de distintos grosores y tejidos. Chamarras: la de deporte, la de vestir fina, otra gruesa, y otra de entretiempo, por si acaso.Si es que ahora no se sabe como va a hacer, bueno  han anunciado lluvias, pero según la página del tiempo que mires,es que no se ponen de acuerdo. Bañadores, por supuesto, dos.Y un pareo y la toalla.
¡Y aún faltan los cosméticos, limpiadoras llevo 2,  la de cara y la de ojos, pero si en los viajes nunca las uso, pero igual se me ocurre una vez estando allí, vale las llevo y también las toallitas desmaquillantes, a ver si las gasto que se me van a secar; las cremas del sol; las de la cara...los cepillos del pelo, el redondo y el plano, y el fino y el peine, y las medicinas, por si acaso. Te puede doler la cabeza, la garganta, ¡ah! y  las tiritas...
Y el calzado,  tendré que llevar  entre chanclas, zapatillas, zapatos y botas unos 6 pares al menos. Pero el problema es que no conjuntan porque si voy de marrón no voy a llevar bota negras, bueno cojo también las marrones, ¿las cortas o las largas? Para, para, que no te va a caber todo, vaaale... Solo me faltan los libros; ese no que es un rollazo, si , pero allí en la tranquilidad  de la playa igual me animo y lo leo, además lo tengo que devolver a la biblioteca, vale, y éste otro a ver si lo acabo. Y éste, por si acaso.
Y los sudokus y las cartas, esto abulta poco.
Todo esto no cabe en una maleta normalita. Bueno usaré la grande y las chamarras en el brazo.
Conclusión: .Las chamarras en el brazo, pero en el brazo del sillón de casa olvidadas. Seis días con el mismo sujetador y eso gracias a  que lo  llevaba puesto. Los calcetines los tuvo que comprar en un chino al igual que un paraguas porque se pasó la semana lloviendo y no tenía  ni un triste chubasquero . La mayoría de la ropa dormitando en la maleta muerta de asco y arrugándose.
 Lo peor de todo es que J. sabe que no aprenderá y que la próxima vez volverá a llevar la maleta repleta de cosas innecesarias y que olvidará algo. ¡Seguro!

martes, 19 de octubre de 2010

setas

El monte esconde muchos tesoros. Según la estación del año va descubriendo unos u otros; ahora en el otoño son las setas y a J. le encanta ir a setas. El sábado temprano se reune el grupo de amigos y cestas en ristre van subiendo por el monte. Es un pinar bastante tupido y por ahí suelen buscar níscalos, el grupo se va separando y J. olfatea aquí y allá; lo cierto es que a J. le gusta ir a setas pero si las encuentra pronto, si no enseguida se desanima y empieza a distraerse con cualquier cosa, una piedra bonita, una huella de quien sabe que animal, los helechos...
De pronto, entre unas hojas caidas sobresale un níscalo y al lado otro y otro...se sabe que los níscalos viven en familia. 
J. coge su navajita y empieza a cortar, cada vez se anima más porque las setas abundan y eso no suele ser lo habitual. Ilusionada va monte arriba y no muy lejos está uno de los amigos afanado también en la misma tarea. J. Echa un vistazo amplio y ve la tierra llena de esas manchitas naranjas que son los níscalos.
-¡Uff, demasiados!- se dice - nunca había visto nada igual. Se aproxima a su amigo para comentárselo y él, como un poseso empieza a gritar:
-No vengas, éstos son míos, éstos los he visto yooo!
J. no da crédito y de golpe se le quitan las ganas de seguir. Baja despacio al llano y ahí espera paseando y pensando.
El resto de la cuadrilla va baja. La cosecha ha sido abundante. Están todos menos uno.
¿Donde está?- se preguntan. Aún tarda casi una hora.
Al final llega rojo, sudado, congestionado y con setas hasta en las orejas.
J. le sonrie y no le dice lo que piensa: avaricioso, egoista, rata, miserias, trincón, pringao...
¡El monte también destapa lo que no son tesoros!

domingo, 17 de octubre de 2010

gepetto



El día que J. conoció a aquel gatito no lo olvidará nunca. Era socia de una protectora de animales y tuvo que ir a la perrera municipal a ver si habían recogido a un grupo de gatos de un patio de vecindad.
J. recuerda vívidamente la situación de aquellos animales y cómo un gato joven rubio y muy delgado maullaba desesperadamente con la voz totalmente enronquecida dentro de una aséptica jaula.
J. no lo pensó 2 veces y adoptó a aquel gato ronco e histérico, aunque le hubiera gustado llevarse a todos los demás. 
De la perrera al veterinario a castrarlo porque en casa le esperaban otros dos capados.
-¿Nombre del gato?-preguntó el veterinario cuando hacía la ficha.
-¿Eh? ¡ah!, pues...
A J. le pilló desprevenida, miró a su alrededor y vio en la sala  revistas y un cuento, el de Pinocho.
-No, Pinocho no pega para gato, humm...Gepetto, eso es, Gepetto.
Desde entonces Gepetto ha sido el gato más agradecido del mundo,abraza a J. con sus dos patitas delanteras, la acompaña por toda la casa, la saluda cuando viene de la calle...
Esta noche Gepetto está especialmente mimoso e insiste en dormir al lado de J. pero ella está incómoda y se mueve mucho, en esto Gepetto se asusta y salta para escapar arañando sin querer a J.
Un pequeño pero feo arañazo en la cara que le duele a J. cuando se lo está curando. Junto a ella  Gepetto sin sentirse culpable, se la queda mirando y espera a que ella se vuelva a acostar.
J. en medio de su rabia sonrie al gato y le dice:
-Anda, vamos.

sábado, 16 de octubre de 2010

la flor de la maravilla









De pequeña a J. su madre le decía que parecía  la flor de la maravilla, porque enseguida se enfriaba y cogía muchos catarros. J. se preguntaba cómo sería la dichosa  flor y la imaginaba tan delicada y sensible que al menor enfriamiento la flor se marchitaba y moría. Pero nunca conoció esa flor y ni  siquiera supo que existiese.
J. ha seguido siendo durante el resto de su vida esa flor de la maravilla, es decir, una jodida catarrítica y bronquítica.
-Cierra esa ventana que hay corriente.
-Quita el aire acondicionado que me va a la garganta.
-Aquí no puedo estar porque hay mucha humedad.
-Necesito un radiador.
Las amigas de J. lo saben bien y la cuidan; siempre le buscan el lugar más abrigado en las cafeterías y el sitio más soleado en las terrazas.
Así ocurrió una calurosa tarde de este tibio otoño. El sol vespertino daba de pleno en la céntrica terraza  y J. y sus amigas se rebullían en sus asientos disfrutando del calor y de la conversación. La tertulia se alargaba como de costumbre y el sol ya se había alejado.
Alguien dijo:
-Hace frío- y se puso la chaqueta.
-Si, hace tiempo que yo lo estoy sintiendo- contestó otra.
J. no daba crédito. Ella estaba estupendamente sólo con su camisetita interior y una blusa fina.
-Y tú J. ¿no sientes frío?
-Yo no- se apresuró  a contestar J.muy ufana.
Ya por la noche en su casa, a la hora de desnudarse J. miró con atención la camiseta que llevaba. No, no se le había normalizado el termostato corporal, ¡que va! era esa camiseta de themolactil, que sin querer se había puesto aquel caluroso día de tibio otoño.

martes, 5 de octubre de 2010

Patricia







Patricia es su nombre. Es el nombre de la nueva amiga de J. Patricia no lo sabe y seguramente no lo sabrá nunca pero J. la incorporó a su círculo a la hora justa de concerla. J. sabe que la relación de amistad es recíproca, pero ella hace uso de esa definición que dice "amigo es alguien que multiplica las alegrías y divide las penas"
¿Y quién es esa maravillosa persona que le da alegra a J. y hace que olvide sus penas?
Patricia es una argentina de sonrisa suave y habla pausada que a través del yoga y en una sola sesión ha conseguido que J. estire y relaje sus músculos y salga como flotando de la clase.
A J. le gusta ponerse siempre en primera fila para no perderse ni un gesto  de lo que se enseña. Aún así la derecha y la izquierda se le resisten y cuando ella hace un giro a la derecha se encuentra a todos sus compañeros de frente. Nunca ha entendido como los demás son más espabilados.
Viene el asunto de la respiración: inspirar, espirar, inspirar, espirar... Bien, esto lo hago muy bien-Piensa. De pronto una voz cadenciosa le susurra al oido:
-Vos tenés suficiente oxígeno para respirar de aquí a que te mueras, no quieras cogerlo todo ahora mismo, che.
J.  acostumbra a ser extrema en todo, respira fuerte, pisa fuerte, agarra fuerte; pero también es muy intensa en sus sentimientos, sus decepciones, sus ilusiones... y por eso sale tan contenta de su primera clase de yoga. Está tan relajada que cuando se mira en el espejo del vestuario observa esa cara juvenil que alguna vez tuvo.

domingo, 3 de octubre de 2010

asignatura pendiente

J. tiene una asignatura pendiente. Bueno, tiene una, otra, otra...Pero una es que no sabe andar en bici y eso es una pena ahora que tiene tiempo de pasear por su ciudad, una ciudad tan amable con los ciclistas que hasta les presta las bicis para lo que quieran, hasta para que se las queden, porque de cada 3 bicis prestadas, una no se devuelve. Pues eso, que J. siente no poder moverse por esos bicicarriles que tiene por doquier.
Así que cuando se entera que el Ayuntamiento ha organizado un curso para enseñar a andar en bici a adultos a J. le falta tiempo para apuntarse.
El día señalado J. está la primera en el polideportivo indicado. Ya se empieza a arrepentir. El pabellón está lleno de verdaderos deportistas.
Al final se forma el grupo: nueve mujeres y un solo hombre.
-Peor estará él- se dice J.
Pero no le gusta el panorama. Llegan dos monitores con un cajón grande de donde empiezan a sacar cascos, coderas y rodilleras y los van repartiendo. ¡No!- se dice J. quien se resiste a ponerse nada. La gente está mirando. Pero ve a los participantes con mucha voluntad y encima con ganas de reirse de sí mismos, al contrario que ella. Hoy no es el día de J. pero, disciplinada, se planta los objetos ortopédicos.
Cada vez hay más curiosos en el pabellón, no se sabe de donde han salido y ella siente que su grupo es el blanco de todas las miradas.
Apoyadas en la pared esperan las bicis a ser montadas. Es curioso ¡bicis sin pedales!
!Hala¡  ¿montar y mantener el equilibrio? ¿cómo se come eso?
Pero J. no tiene tiempo de averiguarlo. Cuando ve entrar por el fondo a dos periodistas con una cámara para, se supone, dar la noticia del acto, J. se quita a toda prisa los artilugios, los deja en el suelo y escapa por la puerta más cercana como alma que lleva el diablo murmurando algo así como: "voy al servicio"
-Algún año de estos- se dice ya en el frescor de la calle.

la gran salida



J. está nerviosa. Lleva toda la mañana buscando en los armarios el atuendo adecuado para la salida del día siguiente. ¿Camiseta de manga larga o corta?, las dos por si acaso.
¿Camiseta interior cortafrios, como cuando fue a Siberia con sus hermanos? No, ésta para más adelante. ¿Pantalones de monte? tiene dos, el de Siberia y el otro. Se prueba el otro: el botón de la cintura no le ata. -Claro, los tres meses  que ya no me echo a correr para ir a trabajar; pero esto  se acaba mañana mismo- se dice J. sin ninguna convinción.
Se quita el pantalón y lo ve un poco reventado en la parte del culo. -Nada, esto lo arreglo yo con un remiendo por detrás y un imperdible por delante- J. siempre ha sido una mujer de recursos.
El día siguiente llega. Es la gran salida al monte con gente "mayor" que según dicen preparan excursiones chulas.
J. va con sus deportivas blancas y su mochilita al punto de encuentro. Ya de lejos ve el panorama: Un porrón de viejos pertrechados con sus botas de monte, sus bastones anatómicos...No te vas a volver atrás, J. a fin de cuentas tu también ha entrado en este clan. El de los que cobran de la caja única. Socorrooooooooooo!!!!!!!
J. no sabe que le molesta más, si el ver viejos, si el verles tan preparados pal monte o si verse ahí con ellos.
Al final todo acaba bien. Viene su amiga, que es encantadora; la mayoría de los viejos no lo son tanto y muchos, gente culta y profesional con la que da gusto estar. El día excelente y la excursión te sube las endorfinas tanto como para sentirse eufórica las 24 horas siguientes.
En los días sucesivos a J. le va a faltar tiempo para ir a ver unas auténticas zapatillas de monte, un bastón de los modernos y si se tercia un pantalón para culos más gordos.





concentrado activo de frutas




J. coge el envase y lee: "concentrado activo de frutas +perla potenciadora de brillo"
-¡qué bueno! - se dice; a J. le encanta la fruta (eso es herencia materna) y no ha desayunado todavía,-pero eso de la perla potenciadora...Igual es que con la tecnología actual son capaces de mezclar los kiwis, los melocotones y las naranjas con las perlas de las ostras...¿y el brillo? brillar ¿el que? las tripitas por dentro para luego....
¡¡¡pero que no, tontaaa!!! que has cogido el bote de campú.
 Eso te pasa por madrugar tanto y ponerte a esas horas a leer cosas en las que antes no habías fijado nunca.


viernes, 1 de octubre de 2010

Tener tiempo

A J. le gusta mucho madrugar. Así le da tiempo de tener más tiempo para hacer cosas.
J. ya se ha organizado los días con diversas actividades pero aún no las ha empezado así que piensa en aquellas amigas que ve de pascuas a ramos. Amigas de esas con las que siempre se anda quedando:
-A ver si nos tomamos un café un día de estos.
 Y ese día nunca llega.
Entonces decide ir a visitar a dos de ellas en sus respectivas tiendas. Allí las encuentra detrás de sus mostradores cazando moscas. Tan poco trabajo hay que una de ellas hasta decide echar la llave y se va con J. a tomar ese prometido café.
Camino de su casa, con tiempo de sobra para preparar la comida J. sonrie ampliamente.
¡Que bueno es esto de tener tiempo!

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Experiencias de una vida

 Pilar se acaba de jubilar y siente la emoción de experimentar y hacer muchas cosas que en su vida profesional no ha podido realizar por falta de tiempo, ganas o ilusiones.
Entre ellas está el escribir, una pequeña y modesta aficción, que le satisface mucho.
Pilar se ha inventado un sencillo personaje, un poco tontorrón, ingenuo, desconfiado e irónico; todo a la vez; éste es una mujer: J.,  el alter ego de Pilar. No todo lo que le ocurre a J. son situaciones verdaderas, pero podrían haberlo sido.
Entremezclados con las historietas de J. hay pequeños cuentos o escritos, que Pilar realiza de vez en cuando, con la esperanza de que sean entretenidas para sus escasos y queridos lectores.