sábado, 16 de octubre de 2010

la flor de la maravilla









De pequeña a J. su madre le decía que parecía  la flor de la maravilla, porque enseguida se enfriaba y cogía muchos catarros. J. se preguntaba cómo sería la dichosa  flor y la imaginaba tan delicada y sensible que al menor enfriamiento la flor se marchitaba y moría. Pero nunca conoció esa flor y ni  siquiera supo que existiese.
J. ha seguido siendo durante el resto de su vida esa flor de la maravilla, es decir, una jodida catarrítica y bronquítica.
-Cierra esa ventana que hay corriente.
-Quita el aire acondicionado que me va a la garganta.
-Aquí no puedo estar porque hay mucha humedad.
-Necesito un radiador.
Las amigas de J. lo saben bien y la cuidan; siempre le buscan el lugar más abrigado en las cafeterías y el sitio más soleado en las terrazas.
Así ocurrió una calurosa tarde de este tibio otoño. El sol vespertino daba de pleno en la céntrica terraza  y J. y sus amigas se rebullían en sus asientos disfrutando del calor y de la conversación. La tertulia se alargaba como de costumbre y el sol ya se había alejado.
Alguien dijo:
-Hace frío- y se puso la chaqueta.
-Si, hace tiempo que yo lo estoy sintiendo- contestó otra.
J. no daba crédito. Ella estaba estupendamente sólo con su camisetita interior y una blusa fina.
-Y tú J. ¿no sientes frío?
-Yo no- se apresuró  a contestar J.muy ufana.
Ya por la noche en su casa, a la hora de desnudarse J. miró con atención la camiseta que llevaba. No, no se le había normalizado el termostato corporal, ¡que va! era esa camiseta de themolactil, que sin querer se había puesto aquel caluroso día de tibio otoño.

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