sábado, 4 de junio de 2011

Martín



                                              
Martín no sabía hasta que punto le había pertenecido su vida.
Desde que nació se vio envuelto en una protección materna que le había absorbido por completo.
Su madre, viuda, decidía todo por él. A los diez años todavía le bañaba, le vestía, le ordenaba… a los 18 le registraba, le organizaba, le gobernaba…
Muy joven empezó a trabajar en la ferretería familiar, siempre bajo la tutela y el celo de su progenitora. Tiempo después, cuando la mujer contrató a aquella empleada seca y seria, fue la misma madre la que lo empujó a cortejarla y a casarse con ella.
Un  día apareció la anciana muerta en su cama y a partir de entonces fue la esposa quién cogió las riendas de la casa y del negocio. Se volvió protectora y mandona por lo que Martín continuó siendo  manso,  obediente,  sumiso…
Hasta que otra mañana y también de repente como la madre, murió la mujer. Martín se quedó solo en el mundo, sin resguardo, a la intemperie. Estuvo cuarenta y ocho horas sin levantarse. La casa estaba fría y sin comida. La tienda cerrada.
Al final consiguió salir de la cama y fue a vestirse. Tuvo que buscar su ropa, no sabía ni donde tenía los calcetines. Hasta entonces le habían organizado incluso la vestimenta que tenía que ponerse.
Empezó a abrir armarios, buscó unos pantalones, una camisa, un cinturón, No encontraba el cinto. Se puso a abrir unos y otros cajones. Veía cosas que tocaba por primera vez: tijeras, tarjetas, fotos, velas…Las sacaba y las dejaba esparcidas por cualquier sitio.
Siguió explorando armarios y altillos.
-Oh, aquí está el parchís que mi madre me quitó el mismo día de Reyes porque casi me tragué una ficha. Y aquí mis libros escolares…
Así estuvo largo rato revolviendo muebles y estanterías ansioso por descubrir cosas nuevas y reencontrar antiguas. Para él era como un juego al que nunca había jugado porque siempre le había estado vetado el  hacer algo en la casa.
Cansado y enfebrecido, se sentó en el sofá con el ánimo alto por primera vez en su vida. Entonces vio tirado entre las revueltas cosas un cuaderno de pastas negras. Era uno de sus cuadernos de la época del cole. Lo abrió y vio que estaba en blanco. Se puso a buscar un bolígrafo y cuando lo encontró empezó a escribir:
“No sabía hasta qué punto me había pertenecido mi vida hasta el momento en el que decidí que yo quería tomar las riendas…”


  

lunes, 30 de mayo de 2011

balneario

J. está nerviosa, impaciente, descentrada...Es lo que tiene J. Cuando se lleva algo entre manos, no se concentra en nada. Va de aquí para  allá...Se levanta del ordenador, se va a la cocina. Tiene un mundo de cazuelas por recoger, las ve, pero ahí las deja. Se marcha de la cocina, vuelve al ordenador. Tiene tres páginas abiertas, abre otra, se vuelve a ir. Esta vez a la terraza. Está lloviendo, diluviando. ¿que tiempo hará mañana en el balneario? Se va a ver la página del pronóstico del tiempo.
¡Es que es eso!. Que J. va a estar dos días en un balneario. Es una oferta que está bien de precio pero luego te salen los extras, que si baños de pediluvio, algo de pies, claro; que si masaje reductor.¡ Oh! eso sería un milagro.¡ Reductor! ¿Y sólo con  uno o dos ya vale? Porque esa es otra, cuando J. está nerviosa va a la nevera y come, va al frutero y come, va a las nueces, a las galletas, y come. Luego dice con cara de sinceridad: si no como tanto, si yo como limpio, si nunca tomo grasaza. Si, J. eso es cierto, pero ocho nueces, pan con crema de sésamo, plátano diario, cinco comidas al día y ninguna pequeña ¿qué es eso?
Bueno, el caso es que J. se ha embutido en los bañadores y le valen. Total, lo que se va a ver en el balneario no será mucho mejor J. se vuelve a levantar de la mesa del ordenador y se va al dormitorio sin mirar el tiempo. Tiene la maleta a medio hacer. ¿Terminará hoy algo o, por el contrario, tendrá que madrugar mañana?

EL CUENTO DE LAS 6 PALABRAS DEL RINCÓN

En mi escuela hay muchos rincones, está  el de los juegos, el de los números, el de los inventos, el de las palabras…
Aquel viernes la señorita Inés nos dio un encargo especial:
- Cuando salgáis de clase vais al rincón de las palabras y elegís 6 para construir una bonita historia. La quiero para el lunes a primera hora.
Yo, como siempre, me entretuve demasiado y cuando llegué al rincón de las palabras tuve que coger precipitadamente las 6 primeras que hallé.  No las había podido elegir pero algo podría hacer con ellas. Había tenido suerte, todas eran sustantivos y además, todos menos uno eran nombres concretos.  Pasé la noche pensando y al día siguiente empecé a escribir:

Marina oyó el despertador y se levantó exultante. Aquel sábado iba a ser especial. Sus padres le habían prometido un día  extraordinario. Sólo tenía que cumplir dos condiciones: no preguntar nada ni pedir ayuda. En el lugar a dónde la llevaban no había peligros, sólo emociones. Se tenía que dejar llevar, seguir su instinto y pasárselo bien.
Después de unas horas de viaje, llegaron al misterioso lugar. Los padres dejaron a Marina sola. De repente, se vio encerrada entre unos setos altísimos que formaban calles, quiso buscar la salida, empezó a andar, luego a correr, dobló una esquina, otra, otra más...Volvió a desandar lo andado pero no sabía dónde estaba; fue a la izquierda, a la derecha, hacia adelante, hacia atrás… aquello era  imposible, no había forma de salir. Ya se  estaba empezando a poner nerviosa cuando se encontró en el agua.
Eso creía ella, que era agua, sin embargo, pronto notó que estaba encerrada en un ambiente húmedo pero a la vez delicado, envolvente, algo como una cama blandísima que le invitaba a tumbarse. Por algún lado sintió un rayo de sol que entibiaba el lugar y lo hacía aún más cómodo. Además aquello se movía, se movía con rapidez pero con suavidad, se dejó mecer y se sintió en el cielo.
De pronto,  se sumió en la más completa oscuridad, recordando su promesa  no se asustó; extendió una mano y avanzó con decisión hacia adelante. Levantó la otra mano a la altura de su pecho por si se topaba con algún obstáculo. Aguzó el oído, percibió pequeños ruidos como si estuviera pisando hojas o el agua de una fuente lejana. Se tocó el pelo y oyó su sonido, tragó saliva y oyó su propia garganta. Le gustó sentir  sensaciones que nunca antes había notado.
 Enseguida sintió que el suelo estaba resbaladizo, pulido. Se agachó y lo tocó, parecía de cristal; entonces se tumbó y se estiró todo lo larga que era. El piso parecía moverse y en ese instante,  empezó a ver. Vio mil formas  y colores que se hacían y se deshacían  simétricamente creando triángulos, estrellas, rosetones, puntas de lanza… Marina estaba sumergida en su interior  Veía su cara y  su propia figura enfrentarse a su perfil una y otra vez.  Aquello era trepidante.
Disfrutando de ese lugar cayó de manera  brusca encima de algo alargado y  estrecho con tablillas transversales. Se oyó un sonido fuerte. Rápidamente se puso en pie y miró que tenía debajo. ¡Asombroso! había visto muchos pero no de ese tamaño. Empezó a golpetear primero con un pie, luego con el otro,  luego se ayudó con las manos. Al poco tiempo sus pies danzaban por encima de aquello y creaban una bonita melodía.
Empezó a sentirse cansada y quiso buscar a sus padres pero vio que estaba metida en un cubo gigante. Este cubo no tenía puertas pero sí diversos círculos en cada una de sus caras. En el centro había un cartel que rezaba: “sólo una cara es la salida”. Marina no lo dudó mucho. Eligió la que tenía cinco círculos y salió. Enseguida vio a sus padres que, muy sonrientes, estaban esperándola. 

Cuando llegué a clase y se leyó el cuento, algunos niños me dijeron que no había usado mis seis palabras. Era cierto; no las había nombrado porque estaban implícitas en cada uno de los párrafos y lo que quería es que  volvieran a leerlo para descubrirlas. ¿Es que no han sido  fáciles?

viernes, 27 de mayo de 2011

UN CUENTO DIMINUTO


GANAR PARA PERDER

Erase que se era un rey que tenía un reino diminuto. El rey Gondomar. Rodeando su castillo vivían sus vasallos que eran a la vez sus abastecedores, pues el rey no tenía ninguna  tierra. Aquellos acudían a diario a palacio para atenderle.
Un día. Gondomar  se levantó más temprano de lo normal y se asomó por la ventana  para ver el estandarte que señalaba el término de su reino. Estaba tan próximo que le tocaba la nariz. Entonces decidió que tenía que ampliar sus confines.
-¡Soy un rey del tres al cuarto- se dijo-  esto no puede seguir así! Y cogiendo con una mano el estandarte y con la otra su pesada maza se encaminó hacia el norte, a los terrenos de Astolfo, el vaquero. Éste estaba plácidamente sentado ordeñando una vaca cuando el golpe de la maza que le propinó Gondomar lo llevó al otro mundo.
A continuación, el rey pensó que los contornos  que lindaban con los de Astolfo, también debían ser suyos y decidió apropiárselos. Éstos eran de Lamberto el granjero, que en ese momento estaba cogiendo dos huevos del gallinero. El rey usó su maza y descabezó a Lamberto.
Gondomar, satisfecho, fue hacia el este donde estaba la propiedad de Obdulio, el labrador.  Una viña pequeñita rodeaba la casa y hasta allí se encaminó nuestro rey. El hombre estaba limpiando un tonel de vino cuando recibió  el mazazo correspondiente y allí se quedó seco.
Gondomar se frotaba las manos. -Esto va bien- se decía- ahora hacia el sur. No tuvo que andar mucho cuando encontró la finca de Surfinio. Éste era criador de cerdos y en ese  momento estaba en la pocilga. Distraído en mezclar la comida de los marranos no vio al rey, que le golpeó con tal contundencia que cayó fulminado en el pesebre.
No tardó mucho Gondomar en llegar al oeste del territorio. Allí se encontraban las tierras y las cuadras del caballerizo Bardulio, que estaba ensillando el caballo que montaba el rey a diario. Bardulio corrió la misma suerte que los anteriores. Entonces el monarca consideró que aquél era el punto más alejado de su reino y colocó su estandarte real.
-¡Ya soy un rey poderoso! ¡Cuanto terreno tengo!- salió gritando el rey Gondomar y se marchó corriendo a su castillo. Tan cansado estaba que se dirigió a su cuarto real y se quedó dormido.
Al día siguiente, cuando se despertó no se acordaba de nada de lo que había hecho el día anterior y llamó a Astolfo:
-Astolfo, mi leche, la quiero  calentita y recién ordeñada.
Pero no apareció nadie.
Seguido llamó a Lamberto:
-Lamberto, mis dos huevos fritos, rápido, que no tengo todo el día.
-Bardulio, enjaeza mi caballo, vamos…
Y así siguió llamando a todos sus fieles vasallos pero en vano.
Cuando salió a la puerta del castillo quiso buscar el estandarte que señalaba los confines de su reino y lo vio allá,  lejos, lejos, lejos…y creyó oír al viento susurrar: ganaaar para perdeeer…

martes, 3 de mayo de 2011

LA TIENDA DE LAS VANIDADES

                                     
George se removía inquieto en su lecho. No podía conciliar el sueño. Sólo faltaba una semana para la feria anual del condado y repasaba mentalmente las novedades que ese año había traído a su tienda: porcelanas de París, encajes de Venecia, sedas y rasos de Orleans, cajitas de música del mismísimo Londres y lo más original: unas muñecas de la lejana Rusia, con la particularidad de que a la vista sólo se veía una, la cual, hueca y abierta por la mitad, albergaba a otra segunda y ésta a una tercera y así sucesivamente hasta la séptima y última. Las llamaban matrioskas.
Pero de lo que más satisfecho estaba era de haber conseguido una joya única. Se trataba de un anillo montado en oro con un enorme zafiro azul brillante de forma ovalada y rodeado de magníficos diamantes rematados en estrella. Por él había pagado un gran precio, pero pensaba colocarlo bien y sacar un beneficio superior al de las ventas de todo un año.
La víspera de la feria todo estaba en perfecto orden; George abrió el estuche que contenía la valiosa joya y la admiró de nuevo, buscando en su cabeza los adjetivos con los que debía describirla para encandilar al mejor postor; tal vez un noble para regalársela a su amada esposa por haberle dado un heredero, o un oscuro barón para brindársela su apasionada amante.
 Mientras contemplaba la pieza observó como su ayudante, un enclenque muchacho, al que había recogido por compasión años antes, echaba al anillo un vistazo solapado y notó en su mirada un destello de codicia. Precipitadamente cerró el estuche y lo guardó en la vitrina. Siguió supervisando las gargantillas de piedras semipreciosas y los relojes de oro.
Excepcionalmente estaban en la tienda su esposa, que también quería ver las nuevas adquisiciones y su travieso  hijo de cuatro años, entretenido en ese momento en meter y sacar muñecas matrioskas.
El ansiado día de feria llegó y la tienda se llenó de selecta clientela. A última hora de la tarde un exquisito caballero le pidió algo muy especial, una pieza exclusiva para entregar a su amada como regalo de compromiso y George respiró aliviado, ¡era su momento! Con toda solemnidad fue a abrir el estuche para mostrar  el valioso anillo y…  ¡vacío!
Balbuceó una disculpa al caballero y rápidamente fue a la oscura trastienda donde estaba  su ayudante y le acusó sin dudar:
-¡Tú has sido, ladrón!, te enviaré a la horca si no confiesas ahora mismo. ¡Me has robado el anillo!
 El joven, aturullado, negó que hubiese cogido algo, pero no le sirvió de nada,  cada vez más nervioso fue retrocediendo seguido por un enfurecido y amenazante  George. El chico, sin ver, dio un traspiés y tropezó con un jarrón de alabastro con tan mala fortuna que cayó hacia atrás. no se levantó más.
Aquella noche, cuando ya se habían llevado al muchacho, George se quedó en la tienda. Se sentía desolado, no sabía cuál era el dolor más grande,  la pérdida del anillo, la de su joven ayudante o la de su confianza en él. En esto, sus ojos tropezaron con la matrioska pequeña, la última de las muñecas rusas. Estaba tirada en el suelo, al lado de la silla donde su hijito había jugado con ellas la tarde anterior, inconscientemente la cogió y empezó a deshacer muñecas para colocarla en su lugar y al llegar a la penúltima…el brillo de un enorme zafiro azul dejó a George sin habla y sin consuelo.                                                                                

domingo, 9 de enero de 2011

la niña del pijama (no de rayas)

J. está mirando por la ventana. Vive en un segundo piso y divisa perfectamente a los transeúntes que circulan por la calle. Vive en una calle peatonal y hay bastante trasiego de gente, en las tiendas, en las terrazas de los bares…


Pero hoy ya es tarde y es de noche. La gente se está retirando a sus casas. J. ve a una niña sentada en el banco que hay justo enfrente de su vivienda. La niña está quieta. -Estará esperando a sus padres que saldrán ahora del bar -se dice J. que ha vuelto a sus cosas pero que de vez en cuando mira por la ventana.

La calle está cada vez más solitaria y la niña permanece en el banco. J. se alarma pero no sabe qué hacer. Seguiré observando –piensa- no; mejor no, lleva ahí casi una hora; voy a bajar la basura y  veré si pasa algo.

J. en zapatillas de casa se pone el abrigo a todo correr, coge las llaves y olvida la basura.

En el ascensor se da cuenta. Vuelve a por ella. No quiero dejarla otro día más.

En cuanto sale del portal ve a la niña ¡en pijama!

-Bonita ¿qué haces aquí? ¿Dónde vives?

-La niña no le contesta, mira a J. muy digna, se levanta y empieza a correr. J. también corre detrás de ella - es muy pequeña -se dice- para estar sola, no tendrá ni 5 años.

Acaba la calle y la niña tuerce a la izquierda. Sigue corriendo dos calles más y J. con la basura en la mano y las zapatillas saliéndosele todo el rato la persigue como puede. Casi al final hay una tienda de chinos que aún no ha cerrado. La niña entra en la tienda y se mete tras el mostrador agarrando a una mujer joven que J. supone será su madre,

La mujer se enfrenta a J. en un mal castellano.

-¿Qué haces tú mi hija?

J. está furiosa y blandiendo la bolsa de basura le dice:

-¿Qué la haces tú, ¿cómo tienes a tu hija en pijama en la calle con el frío que hace?

Aparece el padre chino queriendo apaciguar pero J. se va arrastrando sus zapatillas y su basura. Está avergonzada no sabe porqué aunque sí sabe que no les ha dicho todo lo que les tenía que haber dicho, sólo lo del pijama, ¡vaya tontería!

J. se enfada consigo misma y vuelve a casa con la bolsa de basura. De nuevo se pone a mirar por la ventana.

¡Ah¡ y la basura se queda aquí para mañana y no se si la bajaré.